La familia y uno más


Nuestros hijos son muy deseados. No sólo por nosotros sino también por nuestras familias. Yo creo que, por muy felices que estén las familias extensas (abuelos, tíos…) por el embarazo y nacimiento de un nuevo miembro, el proceso biológico no lo viven tan intensamente como ocurre con la adopción.

En esos años que pasas esperando, les cuentas noticias constantemente, les pides ayuda con los papeles (¡¡qué haríamos sin esos abuelos jubilados que tanto nos ayudan llevando documentación de un lado a otro!!), se irritan junto a ti cuando las cosas se tuercen y se alegran con cada nuevo paso adelante que se da. Porque tu mundo gira en torno al proceso de adopción y, al final, consigues que el de los demás también lo haga.

Y entonces llegan los expertos y te dicen que, cuando llegues con el niño a casa, limites las visitas de la familia extensa. Que les pidas que no se pasen por casa todos los días a verle, que no le llenen de regalos, que no le den de comer o se salten todos horarios establecidos, que no vayan corriendo a presumir de nieto con sus amigos. En fin, una batalla perdida. Sobre todo, con los abuelos.

Mi experiencia (como la de todas mis amigas) respecto a este tema es que los primeros días y meses la relación con la familia extensa es, probablemente, una de las cosas que más te agobian. Tú te pasas todo el tiempo intentando cumplir con los manuales para fomentar el apego, para establecer unas normas desde el principio, para hacerlo “perfecto” (que es lo que nos obsesiona a todos los primeros meses) y ellos llegan a desordenarlo todo. Da igual cuántas veces les hayas explicado lo que hay que hacer y por qué. Como os digo, es una batalla perdida de antemano.

Tú, en medio de ese ataque de estrés que te persigue los primeros meses, te agobias, lloras o chillas en función del momento en que te pille. Por si fueran pocas las veces que te preguntas si lo estás haciendo bien como madre, su actitud te hace dudarlo aún más. Se pasa realmente mal hasta que se adquiere la seguridad suficiente para saber que tú eres la madre y tus decisiones son las correctas (lo sean o no).

Yo ahora empleo una doble filosofía:

1.- Si los abuelos se empeñan en hacer algo que va radicalmente contra las normas que estoy intentando establecer (por ejemplo, dar de comer al niño cuando el niño come solo en casa), desaparezco del mapa. Si no lo ves, no estás obligada a regañar al niño por no comer solo. Para el peke es, simplemente, que no te estás enterando de lo que ocurre. Los niños son más listos de lo que creemos y aprenden rápido con quién pueden hacer ciertas cosas y con quién no.

2.- Cuando es necesario aplicar el sistema de normas que hemos establecido los padres estando la familia delante, lo hago. Al final te acabas convirtiendo en un ogro malo y ellos te cuestionan tus decisiones pero hay que tener muy, muy claro que las normas son las que tú impones y el que venga detrás que arree. Os garantizo que esa seguridad se adquiere con el tiempo. A mí me ha costado todos estos meses y a veces aún flaqueo en ocasiones, pero cada vez menos.