Hermanos de sangre

En otra ocasión hablé de las madres biológicas (aunque sé que a lo largo de la vida de este blog, que espero sea muy largo, lo volveré a hacer). Padres y madres biológicas son nuestros compañeros inseparables en esta aventura de crear una familia adoptiva y son parte indisoluble de ella.

Sabemos que va a ser así desde el primer instante, desde el momento en que asistimos a los cursos de formación de nuestras Comunidades Autónomas y luego se encargan de recordárnoslo en cada paso (con el psicólogo, el asistente social, etc.)


Los libros y manuales online a los que tanto nos apegamos durante la espera nos indican cien veces cómo integrar en nuestra vida y desvelar a nuestros hijos la existencia de sus padres biológicos.
Pero apenas nadie se para a pensar que, muchas veces, hay más miembros en esa familia primigenia: abuelos, tíos y, ante todo, hermanos. Y digo "ante todo" porque esos hermanos, como nuestros hijos, no han elegido la separación sino que son presos de las circunstancias.

Por mis contactos con el mundo de la adopción he visto todo tipo de casos en lo que a hermanos biológicos se refiere.

A veces la separación la decide el Estado de origen (cuando varios hermanos, todos abandonados, son dados en adopción a familias distintas o cuando, por motivos administrativos o de otra índole, uno se asigna a una familia y los otros quedan en las instituciones a la espera de encontrar a sus nuevas casas).

Pero, en otras ocasiones, son los padres biólógicos o tutores legales los que deciden "quedarse" con algunos de los hijos y dar en adopción a otros. La mayoría de las veces son los mayores los que permanecen con su familia de origen (y entonces tendemos a explicar a nuestros pequeños que ellos "no tenían medios para manteneros a todos").

Pero, existen casos en los que son los primogénitos quienes son dados en adopción. Entonces, ¿cómo le explicas a tu hij@ por qué él o ella no fueron los elegidos? ¿Cómo le haces entender que él o ella no tenían nada malo, que no hicieron nada horrible, que no determinaron de ninguna forma el ser abandonados?

En todos esos casos, hecho de menos la asistencia de esos profesionales que nos acompañan y, en teoría, "nos asisten" después de la llegada del niño. Yo, sin ir más lejos, hice alguna pregunta a la psicóloga que nos hace los seguimientos sobre cómo afrontar determinados temas de su familia biológica con mi hijo y ella se encogió de hombros.

Con respecto al tema de hablar de los hermanos biológicos sólo os puedo ofrecer lo poco que he encontrado que es este texto de la directora de la Fundación Adoptare (no me parece muy clarificador, pero algo es algo).

De cualquier forma, si encuentro algo más, os mantendré informadas.


La odisea de elegir colegio


Me miro en el espejo y veo unas ojeras parecidas a las que tenía en pleno proceso de adopción. Y la culpa la tienen los colegios. O, más precisamente, decidir en qué colegio voy a solicitar plaza para mi hijo con el objetivo de que no pierdo mucho nivel educativo y no me lo linchen a la salida de clase.

Vivo en un barrio de nueva construcción (el Ensanche de Vallecas en Madrid) que comparte zona de adscripción educativa con otros dos barrios: Villa de Vallecas y Santa Eugenia. En total: millares de niños y no tantas plazas educativas de calidad como serían necesarias.

A ello se añade que, de momento (hasta el mes de noviembre), la "moi" sigue cobrando Paro y mi marido tiene un trabajo (gracias a Dios, en estos tiempos) con un estupendo salario de 1.500 euros al mes. En definitiva: que no somos indigentes sino que pertenecemos a esa clase social tan extendida de momento en España como es la clase media-baja.

Es decir, ni tenemos dinero de sobra para pagar 310 euros al mes por la escolarización de mi hijo, ni tenemos más puntos en el baremo de adjudicación de plazas de colegio que el que da la zona de cercanía.

Hace meses que empezamos la dura ruta de visitar los colegios. Eso que ya la mayoría de los de mi zona ni hacen jornadas de puertas abiertas ni conceden entrevistas con los coordinadores por que... para qué, si tienen las plazas más que cubiertas.

El resultado de mis pesquisas ha sido este:

- He descartado los públicos de buen nivel pues están copados por la población gitana o inmigrante, pues ellos suelen tener puntos adicionales por familia numerosa o renta de integración.
- He descartado aquellos en los que la propia Administración me ha asegurado que era imposible entrar si tu hijo no ha estado en su guardería, como es el caso del Gredos Las Suertes (mi hijo no pudo acceder a esas guardería porque llegó en junio y la solicitud de plazas se hace en abril).
- He descartado los güetos. En mi barrio hay bastantes y siempre los ha habido.

Finalmente la decisión ha quedado entre dos: un colegio de cooperativa en Santa Eugenia (el Zazuar) que es uno de los mejores de la zona y en donde tendría un punto adicional por la guardería a la que va mi hijo pero en el que no me garantizan que, ni con 5 puntos, el niño no se vaya a quedar fuera. Y un colegio religioso al lado de mi casa (el Torrevilano) que es el más caro de la zona con diferencia (175 euros al mes y 140 el comedor) y donde tendría más posibilidades, pero... ¿y si cuando me quede sin Paro no puedo pagarlo?.


El problema es que, aunque las solicitudes de Educación incluyen varias opciones, la realidad en mi barrio es que si no te cogen en el colegio de primera opción te envían al que quedan plazas. Y aquí ese colegio "última opción" es uno de los güetos más problemáticos donde apalean a director, profesores, etc. Vamos, que me imagino que ninguno de nosotros lo querríamos para nuestro hijo.

Y esta es mi situación.

Aún estoy dando vueltas y más vueltas a la cabeza. Quizás acabe echándolo a los chinos, no sé. sólo sé que la situación de nuestros hijos no es la de cualquier niño. Necesitan un apoyo escolar mayor al de otros niños. Entonces ¿por qué no se les trata con un poco de deferencia? ¿Por qué no se les da un punto por integración o vete tú a saber qué a fin de que puedan salir adelante?

Amigos que llegan y que se van

“Con el niño no tengo tiempo para nada”. ¡Qué realidad tan grande esconde esa frase que, de tan manida, parece una excusa! Y si no hay tiempo apenas ni de darse una ducha como Dios manda, mucho menos de llevar una vida social medianamente activa.

No hay hueco para quedar con nadie y, si lo haces, es llevando al niño. Así que te pasas más tiempo vigilando que no se pierda, que no rompa nada (si estás en casa ajena) y que cumpla unas mínimas normas de urbanidad, que en la conversación.

Y… ¿qué decir de llamar por teléfono? Eso sólo es posible cuando el niño se ha acostado y, en ese momento, estás tan rendido que caes directamente en el sillón o en la cama para dormirte. Una actividad esa de dormir que, por supuesto, no incluye el uso de un auricular de teléfono para comunicarte con nadie.

El resultado es que los amigos se van perdiendo. Se alejan. Algunos, porque ya no comparten tu misma realidad: a ellos no les motiva, en absoluto, hablar de los cómo tu pequeño ha empezado a hacer pis en el wáter o de sus problemas para compartir, y para ti estos se convierten en los únicos temas de conversación. Otros, porque la falta de tiempo hace que apenas ni habléis (ellos se cansan de llamarte mil veces y esperar en vano a que tú devuelvas las llamadas).

Esto, que me imagino que ocurre igual cuando se tiene un hijo biológico, se acentúa, en mi caso, porque soy una persona extremadamente social. Tengo muchos amigos y conocidos en diferentes ámbitos de mi vida: cada uno de los trabajos por los que he pasado, el colegio, la universidad, mi foro de adopción, etc. Siempre me ha gustado estar rodeada de gente, conocer sus inquietudes, compartir sus aficiones… Así que, durante el tiempo que estuve esperando la llegada de mi hijo, llené mi tiempo de lo que más me ha gustado siempre: las personas. Y ahora me es imposible seguir el ritmo social que yo misma me impuse y sé que, a la mayoría de esos conocidos, los perderé.

Pero también quiero creer que otros quedarán. Los amigos. Aquellas personas que sepan entender que esto es sólo un tránsito, un momento de agobio en el que debo darme 100% a mi hijo pero que pasará cuando él ya no me necesite tanto. Por adelantado, quiero darles las gracias a ellos, por estar ahí, por armarse de paciencia y entender que, aunque no los llame o no los vea, siempre están en mi corazón.