Comienzo en la guardería y pasos atrás

El lunes pasado fue el primer día de guardería para Sergio.

Dado que yo estoy en Paro –como otros casi cinco millones de españolitos de a pie- la idea inicial era no llevarle al cole hasta que no fuera obligatorio. Sin embargo, fue tal la insistencia de Sergio en que quería ir al cole con otros niños, tal su melancolía cuando los veía a través de las vallas del recreo, que cambiamos nuestros planes. Y así ha empezado a acudir unas horas por la mañana a la guardería.

Han pasado tres días y ahora mismo me planteo si ha sido o no una buena idea. Os juro que apenas reconozco a mi hijo. Esta permanentemente alterado, nervioso, no reconoce las normas que en casa ya tenía bien aprendidas y no reacciona ante el rincón de pensar (que tan buenos resultados nos había dado hasta ahora). Sin ir más lejos, esta misma mañana mientras desayunaba, ha tenido una rabieta monumental con gritos y puñetazos a mama. Algo que NUNCA, NUNCA antes había hecho.

Imagino que se trata de una alteración producida por el cambio de rutina aunque en otras ocasiones ha estado sometido a cambios aún más bruscos en las rutinas y jamás había reaccionado así.

Lo peor de todo es que no tengo ni idea de cómo enfrentarme a ella. Cuando llega a casa, intento que se tranquilice haciendo cosas calmadas y concentrándole en actividades cotidianas (restaurando la rutina) pero no hay forma.

En fin, que se aceptan comentarios y sugerencias de los que vais por delante en este complejo camino que es la maternidad/paternidad adoptiva. Ayuda, por favor, chic@s.

Mi primera noche de fiebre

El día tan temido ha llegado. Después de cuatro meses y medio sin un “ay” (ya creía yo que habíamos adoptado a Superman), hoy hemos pasado nuestra primera noche pendientes de las subidas y bajadas de la fiebre del enano.

La verdad es que nos hemos comportado como unos auténticos novatos. Da igual que hayas cuidado a cuatro sobrinos, como es mi caso. Un hijo es un hijo y te vuelves paranoico perdido. Encima, el médico te mira con cara de extrañeza porque, claro, este tipo de comportamientos son normales en padres de bebés pero… ¡¿con un niño de dos años?! Pues sí, señor, el niño tendrá dos años pero yo sólo tengo cuatro meses de experiencia como madre así que, lamentablemente, tendrá que sufrir mis paranoias de madre primeriza.

Pero lo que más me ha sorprendido es la forma de comportarse de Sergio. Ayer, mientras estaba hecho un ovillo en el sofá con sus buenos 38,8 de fiebre, me miraba y sonreía - casi sin fuerzas- cuando le acariciaba la carita. Tal y como si me dijera, gracias por estar ahí. Sin llorar, sin protestar, sin demandar nada, sólo con cara de felicidad y de agradecimiento por estar cogiéndole la mano o acariciándole mientras le bajaba la fiebre.

Cuando por fin se quedó dormido me dio por pensar en su actitud y en todas las veces que habrá estado solito, enfermo, en el hospital sin nadie a su lado. Creo que hoy ha sido la primera vez que le he visto notar la diferencia real entre tener o no tener unos padres. Porque da igual lo bien cuidado que estuviera en la casa cuna (que lo estaba mucho). Cuando tienes cinco, siete o diez niños que atender no puedes ofrecer el amor exclusivo e incondicional de unos padres.

Hoy he aprendido una gran lección que recordaré cada vez que me plantee si lo estoy haciendo mal o cuando se me pase por la cabeza pensar si no estaba mejor atendido con sus cuidadoras que conmigo. Ser padre a veces es simplemente estar ahí siempre.