En mi entrada anterior nos quedamos en aquel coche, mientras recorríamos las calles de una ciudad desconocida. Mi marido y yo cogidos de la mano, detrás, intentando absorber cada instante y grabarlos a fuego en la memoria para siempre.
Llegamos a la casa cuna, cuyo aspecto me sorprendió gratamente. Una especie de guardería, sin lujos pero limpia y a la vez hogareña. Eso sí, nada más entrar nos recibió el característico olor a col hervida que, por lo que cuenta todo el mundo, es marca de la casa en las instituciones infantiles de Rusia.
Nos llevaron a ver a la directora-médico jefe de la casa cuna. Una señora estupenda y muy agradable que se sentó para leernos el informe médico de nuestro Serguei.
Nosotros, bolígrafo en mano, intentando apuntar todos los datos para luego pasarlos al doctor Lirio. Ella, dándonos un informe pormenorizado de la salud de Sergio desde que entró en la casa cuna (al nacer) hasta el momento. La mayor sorpresa fue que, a diferencia de lo que nos habían advertido que ocurriría, la cantidad de datos que nos dieron fue casi escalofriante: estaba reflejado cada constipado del niño. Eso sí, con esos términos tan particulares de los informes médicos rusos. Pero todo nos sonaba lejano. Las preguntas que tan bien nos habíamos preparado se quedaron sin hacer. Sólo queríamos que llegara el momento de ver a Sergio porque sabíamos que esa sería la prueba de fuego.
Finalmente, la traductora nos condujo a una sala enorme y nos dijo que esperáramos porque iba a buscar al niño. Mientras tanto, nosotros preparamos nuestra parafernalia: cámara de fotos, de vídeo, mochila de juguetes...
Esos instantes se hicieron eternos y, de pronto, la puerta se abrió y entró la traductora con un bebé en los brazos. Porque Sergio, a pesar de sus 16 meses, sólo era un bebé y como tal se comportaba. Ella se aproximó a mí y, sin mediar un acercamiento, me soltó al niño en brazos.
Ese instante tan soñado, resultó brusco y extraño para los dos: para mí y para el pequeño. Yo trataba de hablarle suave y recordar las pocas palabras en ruso que sabía. Pero todo se había borrado de mi mente.
El primer contacto no fue, para nada, algo idílico. Sergio estaba muerto de pánico, respiraba con dificultad y su corazón latía a mil por hora. Pero no lloraba. ¡¡Aquello me impacto tanto!! Estaba aterrado pero no lloraba. Y yo no sabía qué hacer.
Movía en mis brazos al que iba a ser mi hijo y ¿qué sentía? ¡¡Tanto pavor como él!! Era un niño desconocido, asustado, con los ojos hinchados por la congestión y algo zumbado (Nos dijeron que era consecuencia del jarabe para la tos pero luego algunas amigas nos comentaron que a los niños suelen darles algún tranquilizante para ese primer encuentro).
Además no había tiempo que perder. Era jueves y, si queríamos tener un diagnóstico médico antes del fin de semana, había que empezar a hacer fotos y vídeos para la consulta pre-adoptiva ya. Yo le miraba y pensaba aterrada: Dios mío, este niño tiene los ojos muy separados (uno de los rasgos típicos de Síndrome Alcohólico Fetal).
De pronto, me convertí en algo que, visto ahora retrospectivamente, me avergüenza. Era algo así como el que le mira los dientes a un caballo antes de comprarlo. Las primeras fotos de mi hijo son las que Lirio nos recomendó hacer para la valoración. Y aunque sé que había que hacerlas, aún no me he reconciliado conmigo misma por ello.
Ese niño con el que tanto había soñado estaba allí. Y no sentía lo que creía que debía sentir por él. No "le quería". No sentía nada. Sólo pánico a que tuviera una enfermedad grave ¡¡Pero qué estúpidas somos!! No sé por qué al final acabamos pensando que vamos a sentir por ellos algo diferente que por cualquier otro niño desconocido. Y no es así. Somos sólo dos desconocidos cuyos destinos se han cruzado por obra de un funcionario ruso. No somos nadie el uno para el otro hasta que pasa el tiempo y nos domesticamos, como El Principito hizo con el zorro.
Tuvieron que pasar casi dos día y otra visita más para que mi corazón fuera capaz de situarse en su sitio. Recuerdo con muchísimo miedo esas horas, después de la segunda visita, mientras esperábamos el "veredicto" del médico porque sólo entonces me di cuenta que, a pesar de haber actuado así el primer día, a pesar de haberlo meditado mucho en España, a pesar de que aún no le quería, no sabía si sería capaz de renunciar a esa asignación si Lirio me decía que veía algo grave.
Gracias a Dios no fue así. El cielo quiso que Sergio estuviera sano y no tuviera que enfrentarme a esa disyuntiva. Que esos ojos separados sean ahora el rasgo que más amo de mi hijo porque ahora me miran con amor. Más amor del que creo que merezco.
Sólo espero que esto os sirva para no sentiros mal cuando estéis haciendo esas fotos o vídeos, cuando no sintáis ese amor maternal instantáneo cuando veáis a vuestr@ hij@ por primera vez. El encuentro es maravilloso porque nos conocemos pero no deja de ser algo frío, artificial y difícil, tanto para los pekes como para los padres.